Echados uno al lado del otro, dormían de la mano. Él roncaba, a veces. Ella se despertaba y lo movía un poco, con miedo a despertarlo, era tan lindo cuando dormía. Luego sonaba el despertador, él lo apagaba y la despertaba con cariño.
¿Cinco minutitos más?Ah... ¡ya!
Él la engreía. Ella se dejaba engreír. Juntos hacían de esos minutos una eternidad abrazados. Los ojos cerrados y todo en blanco, no existía nada más. Así las tardes a su lado, donde lo cotidiano era extraordinario. Y lo extraordinario, ellos.