Llevando sobre su espalda la carga de un pasado sin fe en el amor, giró aquella manija ya oxidada por la espera. Avanzó, y dando una última mirada hacia atrás, atinó a suspirar. Cerró la puerta a su espalda, levantó la mirada, y en un abrir y cerrar del corazón, se encontró con aquello que tanto había buscado. Desde ahí, un presente sin fin. Sin el porqué de abrir otra puerta, se sentó. La fe que recobró, jamás perdió. Y aunque el tiempo pasó, cincuenta años y más de mil lunas, esa manija no se oxidó.
esto SÍ que es amor
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