Su dama, a diferencia de las demás, estaba hecha para él y a su medida. El toque perfecto de color - ni muy negra ni muy blanca, entre el metro setenta y ochenta, entre los sesenta y setenta kilos, cabello y ojos oscuros, labios gruesos y peculiar sensibilidad en las orejas. De mal humor por las mañanas si está atrasada y bueno si se puede reír de alguna tragedia de la vida real, cariñosa, sobrada, y que ni se atreva a mirarla otro hombre que no sea el de sus ojos.
Su dama, al igual que las demás, quería amar y ser amada por el caballero de sus sueños, la clase de caballero que no monta caballo ni porta espada, pero que la despierta y rescata con un beso, el caballero que la convierte en mujer y le enseña a amar.
Su dama, como algunas que no se encuentran a la vuelta de la esquina, lo abrazaba con el corazón, lo miraba con el alma y lo besaba con ambos.
Su dama lo amaba,
como a ninguno y
más de lo que podía imaginar
más de lo que podía imaginar
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