Y qué fácil perdió su confianza en ella aquella noche en que el muro de ladrillos se vino abajo con tan solo un disparo de palabras que venía de cualquier otra persona menos de la portadora del arma. Creía que los ladrillos eran firmes e indestructibles, que jamás perecerían ante cualquier ataque externo.
En los días siguientes, empezó la reconstrucción del muro, ladrillo, cemento, ladrillo, esa era la fórmula que le habían recomendado anteriormente como la infalible. Tal vez debía darle otra oportunidad, quién sabe y en la primera vez el cemento estaba húmedo, todo muro merece ser reconstruido.
Antes de llegar a la mitad, pasó un fuerte viento que volvió a destruirlo por completo, y ahí estaba de nuevo, en el piso, partido en mil pedazos, débil, roto, débil y roto en mil pedazos. Pero un constructor de muros nunca se rinde, así que invirtió más tiempo y dinero para conseguir un ladrillo de mejor calidad.
De nada le sirvió, el muro aún no había sido levantado totalmente cuando fue atingido por otro disparo. Al verlo caer y ocasionar una enorme nube de humo, el constructor no tuvo que sufrir de nuevo para darse cuenta de que aquél no era lugar para estar levantando un muro. Su confianza estaba totalmente perdida y qué pena, enorme pena la que sentía, desilusión, fracaso, decepción, pena, enorme pena.
Ahora recuerda aquella noche, la del primer disparo, y menos mal, menos mal sabe que aún tiene muros sólidos, confianzas que valen la pena. Y el francotirador, en el que más confía, él hace su trabajo, impecable, fiel, sobretodo fiel, y ay del constructor si lo pierde.
Si algún día este relato encontrará un final feliz,
ni su autor lo sabe.
En los días siguientes, empezó la reconstrucción del muro, ladrillo, cemento, ladrillo, esa era la fórmula que le habían recomendado anteriormente como la infalible. Tal vez debía darle otra oportunidad, quién sabe y en la primera vez el cemento estaba húmedo, todo muro merece ser reconstruido.
Antes de llegar a la mitad, pasó un fuerte viento que volvió a destruirlo por completo, y ahí estaba de nuevo, en el piso, partido en mil pedazos, débil, roto, débil y roto en mil pedazos. Pero un constructor de muros nunca se rinde, así que invirtió más tiempo y dinero para conseguir un ladrillo de mejor calidad.
De nada le sirvió, el muro aún no había sido levantado totalmente cuando fue atingido por otro disparo. Al verlo caer y ocasionar una enorme nube de humo, el constructor no tuvo que sufrir de nuevo para darse cuenta de que aquél no era lugar para estar levantando un muro. Su confianza estaba totalmente perdida y qué pena, enorme pena la que sentía, desilusión, fracaso, decepción, pena, enorme pena.
Ahora recuerda aquella noche, la del primer disparo, y menos mal, menos mal sabe que aún tiene muros sólidos, confianzas que valen la pena. Y el francotirador, en el que más confía, él hace su trabajo, impecable, fiel, sobretodo fiel, y ay del constructor si lo pierde.
Si algún día este relato encontrará un final feliz,
ni su autor lo sabe.
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