Ella no lo eligió, lo mandaron a hacer a su medida. No eligió su color, contextura, tamaño, nacionalidad, defectos, peculiaridades, historia, nada. Llegó hecho y como nuevo, con ese olor de nunca antes usado, como cuero, como papel en blanco, plástico, ropa. Y aunque por mucho tiempo había pensado que le gustaría uno diferente, se enamoró al verlo, como hipnotizada. Era raro y perfecto, escaso, único. De su talla, a su medida, mandado a hacer. El mejor regalo que recibió. A los veinte años y todo en su vida como nuevo. Era él y era ella que ya no podía ser sin él.
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