Con la mejilla en su hombro, ella levantó la mirada y lo vio de ojos cerrados. Se habían quedado dormidos. Lo despertó con un beso y él sonrió. Se contaron sus sueños y bromearon sobre ellos, se divirtieron. A ella le fascina abrazarlo, sentir sus brazos y su pecho, tan musculoso, viril. Y eso hace, lo acaricia y él la mira sin entender el porqué de su fascinación por su cuerpo. Además de amarlo, ella se sentía atraída por él. Pero él era diferente, la miraba, la miraba mientras ella contaba sus miles de historias del pasado, la contemplaba fijamente y podía notar cada peca nueva en su cara, cada diferencia que había con el día anterior, cada gramo de más que había ganado. Y sin tocarla, él se enamoraba más de ella. Sorpresivamente, de pronto la jala y la pone encima de él, ella confía y se deja llevar. Están cara a cara y conversan más, de temas serios y triviales, de su amistad, de amor, dinero, familia, estudios y de todo lo que se les venía en mente. Cómodos en esa posición, cómodos el uno con el otro, como si alguien de arriba lo hubiera planeado, como si no existiese el destino y solo ellos dos en el mundo. Dentro de poco se tienen que despedir. Ella se echa en su hombro, acomoda su mejilla y se queda dormida. Tal vez así el tiempo pase más lento.
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