Le di la bienvenida a mi Jerusalén
Lo recibí entre cantos y palmas
Le di la mano y toqué Su Manto
Caminé con Él, iba a Su lado
Lo escuchaba, le preguntaba qué hacer y le pedía consejos
Pero cuando el mundo giró en Su contra, yo también lo hice
Y callé, fui del montón, fui espectadora
Espectadora del pecado, de la injusticia, de Su sufrimiento.
Recordé los días de alegría a Su lado, cuando no había tentaciones
Y no caía ante vicisitudes, Él me sostenía, Él me cargaba
Ahora, Él estaba en el piso y yo lo miraba
Lo miraba con vergüenza y sin hacer nada
Y caminé con la multitud, Lo seguí en Su Pasión
Le escupí en la cara más de una vez y sin vergüenza
Y pude ver a Su Madre y ¡qué mujer!
No me escupió, no me insultó, no me despreció por lo que le hacía a su Hijo
Su mirada era de amor, amor entre el odio de la humanidad
Odio que crucificaba a su Hijo, mi odio.
Llegué al monte y supe que pronto ocurriría,
Jesús de Nazaret, el Hijo del Padre, iba a ser crucificado
Y callé, fui del montón, fui espectadora
Espectadora del pecado, de la injusticia, de Su sufrimiento.
Cubrí mis ojos y escuche cómo nos entregaba a Su Madre
Y qué vergüenza de recibir regalo tan inmerecido.
Mis ojos cubiertos y escuche Su último grito, su entrega por mí
Y es que su sed no era de agua, era de almas
Y me convertí, creí en El, mi Redentor
Redentor que volvió después de tres días
Sí, Resucitó por mí
Por mí y por ti
Y así lo hace cada año
Y así lo niego con mi pecado
Y qué vergüenza.
Don inmerecido,
Su Muerte y Resurrección,
Mi Redención.
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