Me corto las uñas, las limpio y las pinto. Me baño, me lavo el pelo y cada milímetro de piel en mi cuerpo. Me cepillo los dientes, me seco el cuerpo, me pongo algo encima y bajo. Caliento la cera, subo y me seco el pelo, bajo y jamás me acostumbraré a ese dolor. Subo y me cambio, me perfumo, me maquillo. Y ya va una hora. Me echo en mi cama, espero tu llamada, prendo la computadora y aparece tu nombre en la esquina inferior derecha.
Hola, qué tal?
Hola, estoy resentida.
Soy un idiota.
Sí, lo eres.
Apago la computadora, me echo en mi cama, el maquillaje se va al cacho, algo vibra y es mi celular, me pregunto quién es y eres tú. Y cómo quisiera no contestarte, odiarte por siempre, no volver a pasar por ese ritual de una hora por ti, pero no puedo. Contesto.
Hola
Hola, me quieres?
Sí. Tú?
Claro pues!
Pasan diez minutos y ahí estoy, ahí estamos. Y no, no me arrepiento de la hora anterior, de haberte contestado, de haberlo olvidado. Vale la pena, contigo, claro que la vale.
Lo harás de nuevo?
Te prometo que nunca más.
Y te creo, cómo no hacerlo si nunca me has mentido. Te creo y lo olvido. Cuántas cosas no olvidaría por ti. Por ti y pocos más, aquellos que me han tocado como tú. Los de verdad.
Y solo me prometes una, pero me das dos. Ahí estamos. Y el tiempo nos roba, de nuevo.
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